Un viaje por el tiempo, al Pekín de 1963 y la Revolución Cultural.
En su documental «El Hotel de la Amistad», el cineasta Pablo Doudchitzky, intenta y logra recuperar una de esas historias que los adultos recuerdan de sus infancias seguramente desafiando la traición de la memoria.
Doudchitzky retrocede más de medio siglo, cuando en 1963 y siendo un niño del preescolar, viajó con sus padres militantes del Partido Comunista, rumbo a la China conducida por Mao Tse-Tung, en el amanecer de la que se conoció como Revolución Cultural.
«Como no contar esa historia…! Es muy cinematográfica e interesante», dice Doudchizky
Su padre, también Pablo, cansado de la burocracia que veía en la cúpula del su grupo político en el Río de la Plata, marchó con rumbo a Pekin, donde fueron alojados en el conocido como Hotel de la Amistad.
Tanto Pablo hijo como su hermano comenzaron su escolaridad, momentos particularmente complicados, y polémicos también para los mismos intelectuales que impulsaron al líder popular vuelto al poder luego de la crisis del llamado Gran Salto Adelante, y de la irrupción del famoso Libro Rojo, en medio de aguas turbulentas, esas mismas que que pusieron en jaque a la cultura (y a muchos de sus protagonistas) que proclamaba la revolución de 1966.
Doudchitzky intenta aproximarse a ese mundo tan afectado por el paso del tiempo como las fotografías en papel y sus negativos y lo hace recurriendo a protagonistas de aquel episodio clave de la historia china y del mismo PC que lo ayudan a recuperar las caras de aquellos retratos que trata de identificar y poner en el lugar correcto de ese inmenso puzzle.
Doudchizky termina su relato recordando una frase que los chinos suelen dedicar a sus enemigos: «Ojalá te toquen vivir tiempos interesantes», mientras que como fondo de imágenes muy coloridas y danzadas se escucha aquel himno que insiste una y otra vez que «El Partido Comunista es como el sol… Sale por el Este y es rojo».
Su película, que luego de su estreno recibió aplausos y tuvo recorrido festivalero, se puede ver en YouTube y en pocos días se repondrá en la pantalla de la plataforma Cine.ar.
-Pablo, es difícil tener recuerdos muy confiables de entre los 4 y los 9 años, porque la memoria es traidora. Con esa perspectiva ¿qué recordás de aquella China camino a la Revolución Cultural?
-Después de tantos años se mezclan algunos recuerdos con algunas crónicas y cosas y contaba mi viejo que me sucedieron, parte del anecdotario familiar pero tengo muy frescas algunas imágenes, la mañana de invierno camino de la escuela que queda enfrente del Hotel de la Amistad, con niños pobres que van a una escuela pobre con piso de tierra.
Cerca del hotel había gente que tenía huertas. En esa escuela aprendí a hablar chino y también conocí a chinos que me miraban como un extraterrestre. Recuerdo los recreos, yo como un soldado norteamericano y ellos como valientes vietnamitas antiimperialistas. Yo me la pasaba en el piso muerto una y otra vez por los resistentes vietnamitas. También recuerdo que hacía mucho frío… Cada tanto, con papá íbamos al zoológico y mientras nosotros mirábamos con curiosidad a los animales los chicos nos miraban a nosotros y nos llamaban «thapizaa» es decir narices largas. En esa época aún era muy poco habitual ver un occidental.
-¿Qué anécdota o anécdotas respecto a la singularidad del lugar y del momento político podés destacar como más significativas?
-Todavía se trataba de un país muy pobre que recién pasaba del feudalismo al comunismo, porque ni siquiera pasó por la etapa del capitalismo. En verdad la Revolución Cultural fue un proceso que se fue dando dentro del Partido Comunista Chino. Mao había perdido poder por ciertas consignas que había lanzado para la industrialización del país, el «gran salto adelante», qué generó una hambruna tremenda, y un poco para recuperar la mística y su espacio, organizó con los jóvenes lo que fue los Guardias Rojos, que se transformó en una fuerza violenta y fanática y por cierto peligrosa, que muchos años después, y entre ellos la esposa del mismo Mao, fueron juzgados como la banda de Los cuatro, una revision un poco la revolución cultural, pero sin demasiado compromiso porque hay líderes del PC involucrados en ese episodio.
-¿Cómo nació la idea del documental?
-Cómo no contar esa historia…! Primero que es muy cinematográfica y más allá de eso es muy interesante; tenía mucha documentación y en mi trabajo como cineasta siempre cuento episodios de mi vida porque es de lo que uno más sabe. Ahora estoy haciendo una película sobre mi trasplante, porque soy trasplantado hepático y sobre otros casos similares, algo que me parece interesante contar y también acerca de la donación de órganos.
El autor de «El Hotel de la Amistad».
-¿Qué diferencias buenas o malas descubriste al reencontrarte con ese lugar medio siglo después? ¿Qué es lo que realmente fue que permitió pegar el postergado salto hacia adelante?
-La China de hoy no tiene nada que ver con la que yo conocí. Hoy va camino a ser una superpotencia. Salieron de la pobreza y se sumergieron en un sistema capitalista básico, una gran sociedad de consumo: todos los chinos están endeudados, tienen toda clase de aparatos y tecnología, trabajan 16 horas día y viven alienados, corriendo de aquí para allá en un aparente confort que no tenían. Ahora los edificios tienen ascensores y los subterráneos son los más modernos del mundo.
La situación de los chinos ha cambiado radicalmente. No hay que olvidar que antes de la revolución se morían de a millones por hambre. No hay más hambre, pero hay un poco de alienación y pérdida de cierta perspectiva que le había dado el socialismo, sobre todo en lo que tiene que ver con los lazos solidarios entre los ciudadanos y otras cosas importantes que deberíamos reivindicar. En el Hotel de la Amistad nosotros estábamos muy cuidados. Allí vivíamos casi todos los extranjeros que fueron a trabajar a Pekin; éramos tratados con muchos privilegios, muy delicadamente y pagaban buenos sueldos. No había queja ninguna y todo lo que necesitábamos lo teníamos. Ese período de cuatro años fue de mucho bienestar para mí y mi familia, y nosotros andábamos por ahí, correteando con niños de otras nacionalidades.
«En China viví una experiencia única», afirma el cineasta.
-Cuando tomaste conciencia del significado político de aquella experiencia… ¿qué reflexión hiciste?
-La toma de conciencia de eso se fue dando a través de los años. La verdad que viví una experiencia única. Yo no puedo llamarme comunista porque el comunismo desde algún punto defraudó muchas expectativas. Sin embargo para China marco una evolución y una democratización, aunque se trate de un partido autoritario qué basó toda su construcción en el endiosamiento de la figura de Mao, con una rigidez como la que alguna vez propuso Lenin en esa idea de la «dictadura del proletariado». Mi reflexión es haber vivido un momento de la historia muy impresionante.
-¿Qué pasó cuándo tu papá -que era docente- vio claramente qué pasaba con el ámbito al que pertenecía en esa coyuntura?
-Mi padre era hijo de comunistas bolcheviques rusos y él fue comunista toda su infancia. A su edad adulta, fue expulsado de la Universidad de Buenos Aires por agitador comunista y se le prohibió el ingreso a cualquier centro de estudios nacional por lo que tuvo que irse a vivir al Uruguay donde siguió militando. Cuando Stalin y Mao rompen, él y un grupo de amigos optan por el maoísmo y se vinculan con la embajada china. A raíz de eso son invitados a participar allá de una nueva carrera de lenguas extranjeras , porque se pensaba que en algún momento se deberían integrar al mundo y se querían empezar a preparar. Los tiempos de los chinos son muy distintos a los nuestros: ellos piensan 50 años adelante, y aquello que planearon entonces lo estamos viendo en la actualidad.
-¿Cómo nació tu idea de viajar nuevamente y encontrarte con algunos de los supervivientes de aquella experiencia?
-He quedado vinculado con algunos que vivieron la experiencia del comunismo, amigos colombianos y brasileños, suecos chilenos, muchos uruguayos, y tenemos un sitio en común donde a veces comentamos historias, sin embargo el vínculo que tengo con Sergio Cabrera -y con su hermana Maríanella-, un cineasta colombiano muy interesante, autor de «La estrategia del caracol» es mucho más importante.
-Más allá de este festejo redondo, el de los 100 años del Partido Comunista Chino, y a pesar de la distancia, ¿cuál pensás es el rol que China hoy ocupa en el mundo?
-Insisto, para los chinos 100 años no es nada. Según los criterios de sus tiempos, es un partido que recién se está fundando. Nada que ver con lo que era China antes de la revolución. Y va a seguir creciendo, y va a terminar siendo una potencia mundial. Espero que sea una potencia justa, que de algún modo le sea útil a la humanidad. Es inevitable que eso suceda: estamos en los albores de eso mismo, de una China potencia mundial y referente del futuro.