Las Toninas: cómo vive el pueblo que conecta a Argentina

De este balneario de la Costa Atlántica salen los cables que brindan banda ancha al país y que lo unen a naciones como Brasil y Uruguay. Sus habitantes se muestran escépticos. No trajeron prosperidad, y en la Capital Nacional de Internet, la conexión en las casas es deficiente.

El solsticio del 21 de diciembre marca para Las Toninas el inicio de la etapa de pintura, machetes y soldaduras. El verano se siente en el calor pero sobre todo en el arreglo de los frentes de las casas y de los comercios, en el emprolijamiento del césped de cada jardín, en el armado de los carritos que rodarán por la arena vendiendo choclos, churros o panchos. Ubicado a 320 kilómetros de Buenos Aires, apenas debajo de San Clemente del Tuyú en el mapa, Las Toninas es un pueblo con unos seis mil habitantes permanentes que recibe cientos de miles de turistas cada verano. Además de sus playas anchas y un mar más templado por la influencia del río, sus karting y fichines se entremezclan con sus principales atracciones: un laberinto natural, que dice ser de los más grandes de Sudamérica, y un «barco hundido», que quedó encallado a metros de la costa en 1995. Las Toninas, sin embargo, esconde otra distinción, invisible: es la Capital Nacional de Internet. El puerto de conexión de la Argentina con el resto del mundo.

Ese mismo 1995 que encalló el barco, el mar toninense recibió el primer cable submarino –el Unisur–, que conectó con Maldonado (Uruguay) y Florianópolis (Brasil). Le siguieron siete. En el año 2000 se inauguraron el cable Atlantis 2, de 8500 kilómetros –que une América, África y Europa en distintos puntos–, y el SAC, que va de Toninas a Santos (Brasil) y luego da la vuelta por todas las costas de Sudamérica. El SAM-1 se instaló en 2001: propiedad de Telefónica, llega hasta Miami y vuelve hacia el sur por el Pacífico. Les siguieron un par más hasta que en junio de este año ocurrió una de las mayores novedades de los últimos tiempos con el cable Malbec, que conectó con Río de Janeiro y amplió la penetración de Internet en Argentina un 6%. Y Google acaba de instalar el cable Firmina, uno de los más largos del mundo, que llega hasta Estados Unidos y marca un antecedente para los tiempos venideros: las propias empresas de contenidos se suman a las apuestas de infraestructura para mejorar el ancho de banda. Suman miles y miles de kilómetros de fibra óptica.  En el planeta hay unos 450 cables como los 8 que llegan a Las Toninas. Más del 90% de la información que viaja por Internet lo hace por esta vía.

Toda esa modernidad es imperceptible desde la costa: son cables que viajan por el fondo del mar hasta que llegan al punto de amarre, donde comienzan su travesía bajo tierra para conectar al país. “¿Acá en Las Toninas? ¿El cable que da Internet a todos? Mirá vos, no te lo creo”, responde –tras sacarse la selfie de rigor– una familia de mendocinos que se adelantó al verano y ya arribó para vacacionar. Miran hacia el mar con ojos curiosos, pero no encuentran nada. Una rápida encuesta playera lo refleja: la mayoría no está al tanto de que habitan la punta de la conexión nacional.

Tres ingenieros y muchos cables

Las Toninas fue elegido como puerto porque es un lugar plano, con pocos accidentes geográficos, escaso tránsito marítimo, un suelo arenoso y limpio, pero sobre todo por su ubicación geográfica: es uno de los puntos más al norte y más al este de la «pancita» que dibuja el mapa bonaerense sobre el Atlántico. Los cables de fibra óptica tienen el grosor de un cabello, aunque por protección están revestidos de distintas capas, de acero o de hierro. Cuanto más cerca de la costa, más importante resulta la protección, para prevenir cualquier accidente o corte intencional. Aunque la gente no los ve ni los siente.

Foto Eduardo Sarapura para Tiempo Argentino
Foto: Eduardo Sarapura para Tiempo Argentino.

En la superficie la actividad tampoco se vuelve más visible. Apenas llama la atención algún barco sudafricano, belga u holandés que merodea la costa con cierta periodicidad, en tareas de operación, mantenimiento o reparación. Pero no hay mucho más. Las Toninas pone el mar. Y punto. En el pueblo hay cuatro centrales que reciben la información de esos cables y se encargan de monitorear la distribución al resto del país. La avenida 7 es la principal del pueblo. Cuando ya llega a las afueras, rumbo a Santa Teresita, y todo es médanos, a la altura de un balneario que se llama Costa Chica, surge sobre un costado una mole gris de cemento, rodeada por rejas y pinos. No tiene un cartel que la identifique, pero es una de las cuatro centrales. Ahí dentro trabajan dos técnicos y un guardia. Más céntrico, en 1 y 26, pegado a la Comisaría, la escenografía es similar. Las empresas de conectividad no permiten el ingreso por motivos de seguridad. “Y porque tampoco hay mucho para mostrar. Acá somos tres ingenieros y muchos cables. Las oficinas lindas, para visitar, están en otro lado, no acá”, anticipa un empleado desde la puerta a punto de retomar su horario de trabajo tras el almuerzo.

En su libro Guerras de Internet, Natalia Zuazo define que la red “está tan presente que prácticamente no pensamos en ella. Se desmaterializa y desaparece”. En su Capital Nacional sucede lo mismo. A finales del siglo pasado, cuando las máquinas comenzaron la instalación, generando un movimiento inusitado para este balneario, las dudas empezaron a crecer entre los habitantes. En el capítulo 1, “Las Toninas: mate, playa y cables submarinos”, Zuazo cuenta cuando las empresas Level 3, Telefónica y Telecom llamaron a una reunión informativa en la Sociedad de Fomento de Santa Teresita para evacuar temores. “Nos van a poner una bomba”, alertó un comerciante en ese encuentro. Pasadas más de dos décadas, el reclamo es que no hay ningún beneficio. “Es insólito. Internet es más caro y más lento que en otros puntos de Argentina. ¿Para qué tenemos el cable acá que le lleva señal a toda Latinoamérica si nosotros tenemos poquitos megas, como si estuviéramos en 2010?”, pregunta Jonathan, churrero, nacido en Glew, que se vino a Las Toninas porque “esta calidad de vida no se compara con nada”. El temor inicial mutó en decepción. “Acá no cambia nunca nada. Esto no es Pinamar, ni Cariló, ni Costa del Este. Acá somos toda gente de trabajo. No me puedo quejar, me va bien, pero es frustrante ver que ponemos tanto en el pueblo y que nunca alcanza para mejorar”, dice Graciela, que llegó justamente desde Pinamar hace unas cuatro décadas, dueña de uno de los locales más modernos de todo el pueblo, la confitería Costa Manjar, sobre la Avenida 1.

De aquel 1995 futurista a este 2021 en el que casi nada parece moderno. Ni las edificaciones, ni los entretenimientos, ni el día a día. Los sostenes económicos siguen siendo el comercio, el turismo un par de meses, y la construcción. “La llegada de la fibra óptica no es algo que haya cambiado nuestra vida cotidiana. A lo sumo han contratado algún buzo de la zona para hacer la conexión, pero es algo que sucede cada tanto. No dio más trabajo, no vino más gente. Ahora con el último cable de Google, que le dio manija, la gente se enteró más de que eso existe y a veces hacen bromas con Las Toninas cuando se les cae el servicio, pero no pasa de eso”, remarca Miguel, un comerciante que tiene un local de artículos de telefonía en el centro. A este balneario siempre lo acompañó cierta aura burlesca, que lo señalaba como un destino turístico poco atractivo. Para toda una generación su nombre remite a una escena de la serie Los Simuladores: “A Las Toninas, a Las Toninas vamos a volver”, cantaba un grupo de jubilados del que formaba parte Gabriel Medina, el personaje que interpretaba Martín Seefeld. A las bromas históricas ahora se sumaron los memes cada vez que se cae el servicio en algún punto del país.

Porque aunque los cables submarinos llevan la más alta tecnología, con años de estudio para decidir cuál es la ruta más segura, los accidentes existen. En 2011, por ejemplo, una señora que buscaba cobre para luego revenderlo en Georgia rompió el tendido de fibra óptica y dejó a toda Armenia desconectada por 12 horas. Por eso las empresas de conectividad eligen el bajo perfil, para no llamar la atención ni dar pistas de por dónde pasan los cables, aunque las centrales sean difíciles de esconder. El puerto de amarre no es un asunto que atraiga a los habitantes del balneario. Ni siquiera los entusiasma el “secreto”. El tema de conversación alrededor del Internet es su valor y la calidad del servicio.

Foto Eduardo Sarapura para Tiempo Argentino
Foto: Eduardo Sarapura para Tiempo Argentino.

Autopista más ancha

En la Capital Nacional de Internet la señal no abunda. “Yo pienso que más allá de la bronca por el mal servicio la gente se confunde, porque no entiende que las que están acá son empresas de conectividad, no son las que te brindan el servicio. Es como que en una ciudad con puerto digan ‘ey, acá hay gente con hambre y vemos pasar toda la mercadería’”, se explaya un toninense que pide preservar su nombre. “Internet se originó como una red abierta para que los científicos se puedan interconectar. Hasta que decidieron abrir la accesibilidad. Y ahí se generó la web. Algo revolucionario que igualó el acceso para todos. A partir de eso -explica Guillermo Montenegro, director nacional de Redes y Convergencia de ENACOM-, los avances también generaron algo novedoso que fue unir un continente con otro cruzando el océano. Así creció la conectividad. Los primeros cables tenían una capacidad limitada. El avance va pidiendo más ancho de banda y es permanente. Con más ancho de banda para la salida internacional vas a tener una autopista más ancha para que los datos pasen sin atascarse».

En Las Toninas hay ocho cables submarinos internacionales pero sólo dos empresas proveedoras: Atlántica Video Cable (AVC), que apenas brinda su servicio en las manzanas céntricas, demora unos diez días en hacer la instalación y cuesta de 2210 a 5245 pesos según la velocidad; y MegaRed, que tiene servicio satelital, y ofrece el abono anual, con equipos bonificados, a 2400 pesos por mes los 6 Gigas, o el abono por temporada, con $ 3000 pesos de instalación, y luego 3500 por cada mes.

A los primeros turistas de la temporada la conexión subterránea no les cambia. En la playa la escena es la de siempre: hay mate, tejo, pelotas de fútbol y los tradicionales castillos de arena. Aunque la tecnología media. Hay selfies, avisos del parador, hay mensajes con cargadas a algún compañero de trabajo que aún no salió de vacaciones que viajan por la red. Jorge, un relajado cordobés sentado en su reposera,  se entera que para acciones como esas se necesita de esos cables que fluyen por debajo de este mismo mar. “No lo había pensado –reflexiona–. Pero mientras me den los datos para el Spotify y el parlante me funcione, yo ya estoy hecho”.

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