Rosario inauguró un laboratorio con uno de los máximos niveles de seguridad biológica
La investigadora de Conicet Gabriela Gago está exultante. Y no es para menos. En el Instituto de Biología Molecular y Celular (IBR) donde trabaja acaban de inaugurar un laboratorio de bioseguridad nivel 3, de los pocos que existen en el país, y que permite a los científicos manipular sin riesgos virus y bacterias peligrosos para los humanos. Con este flamante espacio puedan dar un salto cualitativo en los experimentos que realizan en la búsqueda de potenciales soluciones para enfermedades severas, como por ejemplo la tuberculosis.
Gago es una pieza fundamental en el equipo de Fisiología y Genética de Actinomycetes (una clase de bacterias), que dirige el doctor Hugo Gramajo. La experta impulsó este proyecto que se inició hace siete años y que hoy es una realidad. Pero para hacerlo posible, el camino fue largo y espinoso.
El plan edilicio estuvo a cargo de una empresa especializada en laboratorios de máxima seguridad y se montó en el subsuelo del IBR. El costo total de la obra ascendió a medio millón de dólares, una cifra enorme que en algún momento parecía inalcanzable y que ambos investigadores consiguieron por haber ganado subsidios que llegaron desde los Estados Unidos, la Fundación Bunge y Born, la Agencia Nacional de Ciencia y Técnica, el Conicet y el anterior gobierno provincial. Un trabajo minucioso y constante que tuvo momentos difíciles, donde parecía imposible continuar. La tenacidad de los investigadores fue el motor que nunca se detuvo.
«Nosotros trabajamos con la bacteria que causa la tuberculosis. Es una enfermedad que ocasiona millones de muertes al año, más que el VIH y la malaria. Es un enorme problema de salud pública porque aunque muchos crean que es una enfermedad del pasado, sigue vigente. Y además el patógeno que la provoca se ha hecho resistente a los antibióticos disponibles, con lo que es muy importante encontrar nuevas alternativas terapéuticas».
En Santa Fe, cada año, unas 580 personas reciben el diagnóstico de tuberculosis, muchas de ellas con la variante resistente. La mitad de ellas vive en Rosario. El tratamiento para enfrentarla consiste en la toma de antibióticos, que debe ser rigurosa. Si se abandona la terapia, no sólo se ve afectada la salud de la persona enferma sino que no se detienen los contagios. La tuberculosis se transmite por medio de las gotas que se expulsan al toser.
Los científicos del IBR que acaban de inaugurar la sala de máxima seguridad buscan desde hace muchos años entender el metabolismo de la bacteria para identificar nuevas vías por donde «entrar» al bacilo, que ya se hizo resistente a las drogas que existen en el mercado. Cada logro abre la chance de encontrar nuevos medicamentos. Desde el IBR aportan la investigación básica, que es fundamental para que luego se encargue la industria farmacológica, e intente obtener nuevas medicaciones.
Hasta ahora, por razones de bioseguridad, los experimentos se hacían en Rosario con un microorganismo modelo, no con el bacilo propiamente dicho, por los riesgos que conlleva para el científico la posibilidad de un error que lo exponga a sus efectos negativos. Esto, obviamente imponía ciertas limitaciones. Tener un laboratorio como el que ahora se encuentra en el IBR abre promisorios horizontes para los investigadores y por qué no para la salud de la población ya que experimentarán con el bacilo «real».
Nuevo espacio
«Trabajar con un organismo modelo es muy útil porque agiliza las investigaciones pero tiene sus limitaciones. Obviamente, cuando uno manipula un patógeno, por más de que se tomen todos los recaudos, el riesgo biológico existe: un tubo que se cae y se rompe, cualquier error humano, por mínimo que sea. Para investigar en tuberculosis, como nosotros queríamos hacerlo, necesitábamos un laboratorio nivel 3. Este es el único en la región y uno de los pocos en el país», explica Gago.
El nivel 4, que es el máximo, requiere de algunas características de seguridad adicionales que lo habilitan, por ejemplo, a manipular ántrax y otros virus para los que no hay cura y pueden ser mortales. En el mundo hay muy pocos de ese nivel de seguridad.
Los riesgos de hacer investigaciones con virus activos no son sólo para el operador sino también para el medio ambiente. Una fuga puede provocar un daño de magnitud si el patógeno en cuestión se disemina por el aire.
Ahora, en unos 40 metros cuadrados, los científicos rosarinos tienen la posibilidad de mejorar sus investigaciones y sin correr riesgos. Pero lograrlo no es sencillo. Gago realizó una estadía en Suiza, capacitándose con uno de los especialistas más reconocidos en tuberculosis y que justamente operaba en un laboratorio de seguridad nivel 3.
En estos momentos es ella la que está entrenando a sus colegas para que puedan ingresar y saber moverse en ese espacio tan particular, en el que las puertas funcionan como las esclusas de un submarino, donde no puede abrirse una sin que la otra esté cerrada, y en el que existe una presión de aire negativa, respecto del pasillo que lleva al laboratorio, con lo que se brinda la seguridad de que nada de lo que entra, en materia de patógenos, sale.
Preparado
El laboratorio es una barrera gigante, costosa y compleja, y está preparado además para que se resuelva de inmediato cualquier inconveniente.
Adentro sólo pueden estar en forma simultánea dos personas, el aislamiento es total, al punto de que hay una alarma interna que avisa ante, por ejemplo, la necesidad de evacuación del edificio ya que allí adentro nada pero nada de lo que pasa en el exterior se ve o se escucha.
Hay cámaras y un sistema de comunicación especial. La vestimenta de los investigadores, que recuerda a las usadas en tantas películas de ciencia ficción, también está adecuada para las tareas que se realizan.
Un delicado sistema de filtrado es indispensable para que todo funcione. Esos filtros deben ser cambiados varias veces al año y tienen una sensibilidad tal que ni una bacteria puede escaparse a través de ellos. Esos costos de mantenimiento deberán ser afrontados por el Instituto.
«Contar con esta posibilidad no es sólo un logro para nosotros, sino para todos los equipos actuales o nuevos que trabajen en el IBR, e incluso, ante situaciones particulares, como la de la circulación de patógenos nuevos, podemos contar con esta herramienta valiosa y estudiarlos acá, en Rosario, de manera completamente segura», resumió Gago.