Reflexión sobre Educación en Tiempos de Pandemia.Carola Nin.

Virtualidad exprés. ¿Cómo hacemos escuela de la solidaridad?

La amenaza del COVID-19 nos ha afectado a todos. En lo referente al mundo escolar, docentes, alumnos y familias han visto trastocada bruscamente su cotidianidad.

Las familias con niños y jóvenes en edad escolar, a la vez que se adaptan a la cuarentena, conviven con diferentes modalidades de educación virtual que, en la mayoría de los casos, desconocen. Otro tanto pasa con los docentes que, de más está decirlo, tienen hijos, padres, familias.

En algunos casos, los alumnos reciben tareas al por mayor y se los invita a no devolverlas hasta nuevo aviso. En otros, a las tareas se suman clases virtuales vía diferentes programas y plataformas. También hay intentos sencillos, y no por eso menos valiosos, que acercan las tareas de la escuela por correo electrónico.

Decir que la escuela no estaba preparada para enfrentar este fenómeno es tan obvio como real. ¿Quién estaba preparado? ¿Cuál es la institución que lo tenía en sus planes o contaba con previsiones para esta desarticulación?

En pocas semanas vimos caer argumentos que hubieran sido respuesta a estos interrogantes: ¿Los países desarrollados estaban preparados? ¿Los «países serios» estaban preparados? ¿Las potencias mundiales estaban preparadas? No, no y no.

Parecería ser que en la cultura argentina está vedado aceptar que la escuela puede ensayar. Sin embargo, este parece ser un periodo de ensayo y error, que tiene que devenir en aprendizaje.

La virtualidad no fue pensada para enmendar una emergencia. Es una modalidad que si bien no reemplaza la educación presencial (¿cómo reemplazarla?) tiene sus lógicas, sus códigos, tiene su forma de escritura, su forma de tratar la soledad del alumno y otras características. No hay una pastilla para formar docentes virtuales, como no la hay para formar docentes. Son trayectos, vivencias diferentes que hoy dialogan a los gritos en la voluntad de muchas instituciones y, fundamentalmente, en la de muchos docentes, a fin de no perder el vínculo con sus alumnos.

Tenemos que hacer el esfuerzo por preservar ese vínculo, que es el que nos enlaza con el mundo del conocimiento, con la solidaridad, con el pertenecer a un todo, con el valor de la vida más allá del valor del mercado. Ese es el vínculo que hoy tenemos que cuidar; un vínculo que tiene diferentes intensidades, porque cruelmente la desigualdad también aquí se hace presente.

Bienvenidos los esfuerzos de las escuelas, de los docentes y de las familias por seguir «conectados». Que continúen, sabiendo que no los hacemos para «poner una nota», para que los que pueden se luzcan y los «otros» no importan.

La materia más difícil hoy es la que nos enseña que solos no valemos NADA. Quizás ésta haya sido siempre la asignatura más importante, pero no estábamos en condiciones de verlo.

Con tiempo, aprovechando estas experiencias, deberíamos evaluar seriamente la manera de incorporar a la denominada educación «común» algunas formas de virtualidad que no refuercen las desigualdades sino, por el contrario, sirvan para mitigarlas. Para eso, hay un tiempo.

Para aprender a ser solidarios, para aprender el valor de trabajar unidos, para aprender a salvarnos juntos y no solos, hay poco tiempo. ES HOY.

Enseñemos la materia más importante: la solidaridad.

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