La disputa por el narcomenudeo se cobró otro muerto y un joven herido

Desde dos vehículos tiraron 52 disparos en el cruce de Luzuriaga y Vieytes, en el noroeste de la ciudad, un lugar donde se suman balas y víctimas.

Un nuevo capítulo en la disputa por la reformulación de los territorios de la narcocriminalidad parece haberse escrito con sangre y una lluvia de balas en el barrio Nuevo Alberdi. La noche del martes dos autos se metieron en uno de los denominados territorios rojos del noroeste de la ciudad, patrimonio de «La banda de los Romero», y en un ataque coordinado descargaron un sinnúmero de proyectiles dejando planteado un escenario de guerra con posible venganza. «Fue una locura infernal en la que no hubo más muertos porque estamos en cuarentena», explicó una vecina de Luzuriaga y Vieytes, donde ocurrió el episodio. Un pibe de 18 años, identificado como Joel Maximiliano Mansilla, fue alcanzado por uno de los balazos en la espalda y murió en el lugar. Otro muchacho de la misma edad resulto herido en una pierna. Los frentes de cinco domicilios quedaron marcados por plomos o esquirlas y cuatro auto fueron perforados. La policía que acudió al lugar recogió de la escena 52 vainas servidas de tres calibres diferentes: 9, 40 y 11.25. La misma zona había sido escenario de un ataque similar el viernes pasado, al filo de la medianoche.

Luzuriaga y Vieytes es mucho más que un punto de referencia en el barrio Municipal de Nuevo Alberdi. Es un territorio que desde hace más de una década se atribuye como propio «La banda de los Romero». Si bien el apodo más conocido de ese clan es el de «Lichy», un hombre detenido a la espera de juicio por estar implicado en robos a comercios, entraderas violentas y lavado de activos producto de los botines de los atracos, son varios los integrantes de la familia que están detenidos en causas por hechos delictivos que tienen a la narcocriminalildad como telón de fondo.

La esquina nombrada es el corazón de los Romero. Una banda violenta que sabe cómo defender su territorio y cómo lanzarse a la conquista de tierras ajenas. Fue a ese luga0r a donde llegaron dos autos con gente armada hasta los dientes que ingresaron no una sino dos veces para disparar a mansalva.

La primera vez fue el viernes 15 al filo de la medianoche. Entonces tres vehículos ingresaron a la zona disparando con pistolas calibre 9 y 11.25 sin dejar heridos ni víctimas fatales. Los peritos policiales que trabajaron en el lugar recolectaron 25 vainas servidas. En tanto la noche de anteayer, a la hora en que la gente mira los noticieros de la tele, los autos volvieron al lugar y dejaron un muerto y un herido.

Luzuriaga, Caracas, Vieytes y Grandoli se transformó desde el viernes en un polígono de tiro. Una manzana en la que se levantan puntos simbólicos de la presencia de Estado que se ganaron el respeto vecinal pero quedaron en la línea de tiro: el Centro de Convivencia barrial Nuevo Alberdi y el Centro de Salud Salvador Mazza. A metros de este último suele haber un móvil policial de custodia fija que los vecinos aseguran que el martes a la noche no estaba. «Ese es un patrullero que cuida a los narcos (una custodia ordenada para proteger a una familia en el marco de una disputa barrial) y cuando vos vas y le pedís ayuda los agentes te dicen que no pueden hacer nada porque no se deben mover de ahí. El martes a la hora de la balacera no estaban», explicó una vecina. «Al final cuando los Romero estaban afuera (no estaban presos) nadie se atrevía a cagar a tiros el barrio así», indicó otra vecina, por lo bajo.

Tras la advertencia del viernes pasado, en la que buena parte de las viviendas de Luzuriaga al 2400 fueron alcanzadas por plomos, incluyendo el frente del Centro de Convivencia barrial, en el airel barrio quedó claro que no sería la última visita. Y los vecinos tenían reazón.

El martes, alrededor de las 20, el pasaje peatonal que corre paralelo a Vieytes vivía su dinámica «normal» en medio de la cuarentena por el coronavirus. Varios muchachos estaban en el pasillo que tienen un altar del Gauchito Gil sobre Luzuriaga, y otro a la virgen María sobre calle Caracas. «Tanto el viernes como el martes, antes de las balaceras, la policía estaba haciendo control de personas. Pero desaparecieron ellos y llegaron los autos a los tiros», agregó un residente.

A la hora señalada varios muchachos estaban reunidos al ingreso del pasillo, sobre Luzuriaga, por donde llegaron dos autos que algunos identificaron como un Volkswagen Bora oscuro (negro o azul) y otro vehículo celeste. Los conductores actuaron en forma sincronizada. A la boca del pasillo llegaron disparando al aire,a modo de advertencia; y luego desataron el vendaval de plomo y sangre.

Las marcas en el piso, dibujadas con trozos de ladrillos, y los impactos en las paredes sumaron 52, según las vainas recolectadas. El ataque lleva a inferir que se concentró en las primeras tres casas de casa lado del pasillo, una de ellas con una pintada en la que se reivindica a «Lichy» Romero.

Un manchón de sangre quedó en el lugar en el que el pibe Joel Mansilla cayó muerto con un balazo que le ingresó por la espalda. El otro joven herido corrió por su vida a pesar de tener un balazo en la pierna derecha. El blanco, dicen los pesquisas, no eran ellos en particular sino el pasillo dominado por los Romero. El mensaje: la puja por el mercado para la narcocriminalidad.

Si bien los vecinos se mostraron temerosos a la hora de señalar a los criminales, sobrevolaron dos nombres reconocidos para toda la zona noroeste como posibles gestores del ataque. Uno fue el de Tania R., una mujer mencionada como referente de uno de los grupos en pugna por el narcomenudeo de la zona, enfrentada con los seguidores del asesinado Emanuel «Ema Pimpi» Sandoval (quien fuera un aliado de los Romero) y «La banda de los 90» asentada en La Cerámica.

Del otro lado apuntan al ex barra brava de Newell’s, Marcelo «Coto» Medrano. «Los vecinos están tranquilos porque los pibes (el muerto y el herido) no son del barrio; porque cuando maten a uno del barrio ésto se recontra pudre», indicó un residente de la zona.

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