En busca de consensos para evitar el desmadre Por María Herminia
Esta semana Julio Bárbaro y Hugo Quiroga produjeron dos definiciones de absoluto realismo argentino. Mi ex profesor de periodismo me dijo: “La pandemia desnudó lo que ya no estaba”. Y el politólogo expresó: “El enemigo interno de nuestra democracia es el desacuerdo político”. La Argentina acarrea en el orillo de su fundación las grietas. Con distintos nombres, pero siempre las hubo. En el siglo XIX, federales y unitarios. En el siglo XX, peronistas y antiperonistas. Hoy, como resabio de ambas grietas, cuarentena sí y cuarentena no, cuyas dos patas extremas y políticas están representadas por focos reaccionarios, uno dentro del amplio mundo del peronismo y otro dentro del amplio mundo del antiperonismo. Intelectuales, investigadores, periodistas, gente de la cultura, atalonados cada uno en su posición, accionan y reaccionan con odio y mediocridad. Ni en la Argentina hay una dictadura, ni el gobierno de Alberto Fernández busca ser Venezuela, como cacarea Dady Brieva.
Lo que ya no estaba, que la pandemia desnudó, son décadas de sucesivos gobiernos que prefirieron ignorar lo que terminó siendo el crecimiento de la pobreza estructural. Por eso Villa Azul representa la impotencia del doliente, del ignorado, del invisibilizado. Es el pecado de la política. Todos sabemos que las “Villas Azules” cobijarán aproximadamente el 50% de nuestra población empobrecida. ¿No es suficiente esto para que todos depongan sus posiciones antagónicas, entendiendo y atendiendo al otro? Cabe como nunca la expresión “el que esté libre de culpas, que tire la primera piedra”. ¿Qué más necesita la política argentina para sentarse a consensuar?
Los datos del Observatorio de la Deuda Social de la UCA dados a conocer la semana pasada son el sostén que da cuerpo a ese 50% de pobres. Todos son desgarradores, pero hay uno que es quizá el peor de todos: el 47.8% de quienes integran el desesperante segmento de la pobreza confiesan no tener a nadie a quien recurrir. Este dato solo debería llamar a la reflexión de los extremos a deponer sus armas verbales. Y al resto, a transitar los caminos grises, necesarios en momentos extremos, porque por ellos transitan los liderazgos moderados, las posiciones moderadas, que no sólo la política debe abrazar, sino la sociedad, los movimientos de intelectuales, sociales, de empresarios, de trabajadores. Es hora de que ese enemigo interno de nuestra democracia, el desacuerdo político, sea erradicado. La mayor defensa de nuestra democracia hoy es caminar por los grises, color que se expresa porque es síntesis de muchos otros. Los consensos sólo se logran deponiendo posiciones encontradas. Es la única manera de conciliar. Es verdad que hay fatiga social por el confinamiento, ha pasado mucho tiempo desde el inicio de la cuarentena, y tal vez por ello el número de muertos no sea tan elevado. Y también es cierto que hay gente que necesita reencontrarse con su actividad económica. Se vuelve necesario entonces que la foto inicial de esta cuarentena, donde oficialismos y oposiciones coincidieron en la utilización de protocolos ante una pandemia aún sin vacuna, se mantenga. Hay un incipiente desmadre que sólo se retrotraería si se llama a una concertación.
El Presidente debería evaluar la posibilidad de que sean los gobernadores quienes decidan la continuidad o no de la cuarentena en sus territorios. Los referentes de los extremos políticos deben desincentivar a sus seguidores. La Argentina doliente de quienes nada tienen, o que han perdido lo poco que tienen, merecen el gesto reparador de la política: moderación y consenso.
El presidente Fernández se manifestó sobre los pilares donde asentará su gobierno post-pandemia, intentando que la igualdad sea la regla y la solidaridad el mecanismo: reforma tributaria, reforma judicial y desarrollo del federalismo a través de las economías regionales. Claro que todo ocurrirá luego de lo que pareciera es el inminente acuerdo por la deuda externa.
Mientras tanto el secretario de Asuntos Estratégicos, Gustavo Beliz, busca el respaldo de la Agencia de Inversiones de Estados Unidos, ex OPIC. En el empresariado local tranquilizó que el Presidente haya desechado de cuajo “las ideas locas” de quedarse con acciones de empresas argentinas, esbozada por una diputada kirchnerista.
En cuanto a la reforma tributaria, el Presidente mencionó la injusticia del IVA y Ganancias. En el Gobierno hay hermetismo al respecto. Sólo se sabe que la está trabajando la secretaría de Hacienda con intervención de la subsecretaría de Ingresos Públicos. Con respecto a Ganancias, sólo ha trascendido que su aplicación tendría un sentido más progresivo. Consultado el Dr. César Litvin sobre qué entiende por “más progresivo”, contestó: “Seguramente se recurrirá a alícuotas más altas. Actualmente el impuesto para personas físicas es entre el 5 al 35% de los ingresos netos, es probable que la reforma contemple la superación del 35%. En las empresas la alícuota del impuesto es de 30%. Es probable que para las empresas con muchas utilidades aumente la alícuota. A mi criterio debería recomponerse el mínimo no imponible por el atraso acumulado de 2018/2019 por una inflación que superó el aumento del mismo”. Agregó Litvin: “Debería bajar algunos puntos la alícuota del IVA y/o Ingresos Brutos. A su vez recomendaría utilizar la base de datos de los inscriptos en el IFE para blanquear a los informales, aumentando el mínimo no imponible de las contribuciones patronales, hoy fluctúa según las actividades entre $7003 y $ 17.509. A mi criterio debería subir a $30 mil con ventajas para el trabajador, porque se lo blanquea y tiene acceso a la seguridad social; y para el empleador porque representa una baja del costo laboral”. Y enfatizó: “No hay tolerancia a más presión fiscal”.