El 1 de los unos
Roberto Perfumo, uno de los grandes defensores del fútbol argentino, lo definía así: «Si tu arquero no transmite seguridad, es una tortura. Si tu arquero transmite seguridad, es una bendición. El Pato sacaba hasta las imposibles».
Ubaldo Matildo Fillol, el Pato otoñal que sopla 70 velitas, supone una luminosa expresión del crack químicamente puro y acaso la versión más acabada del héroe apostado en los límites de 7,32 x 2,44.
Sí, un crack, ¿por qué no?
¿A guisa de qué capricho las cualidades excepciones de un futbolista empiezan y terminan en los que corren tras la pelota número 5?
Fillol fue un portento en lo suyo, el rol específico, singular, irremplazable, sin el cual un equipo de fútbol jamás será lo que debería ser. Dio la talla con todas las camisetas y en absolutamente todas las escalas.
Roberto Perfumo, el célebre defensor que fue compañero de Fillol en River en los dorados años post 18 años sin vueltas olímpicas, supo ofrecer una semblanza inapelable: «Si tu arquero no transmite seguridad, es una tortura. Si tu arquero transmite seguridad, es una bendición. El Pato sacaba hasta las imposibles».
Hay arqueros «ganapartidos» que por mediocridad o perjuicio de limitaciones pueden ser igual de decisivos para ganarlos que para perderlos; hay arqueros que no sacan las imposibles pero jamás complican las fáciles y eso los convierte en necesarios, respetables y valorables; hay arqueros muy buenos, buenos, regulares e incluso de los que apenas si rozan el mínimo, vital y móvil del fútbol profesional.
Y también está Fillol, un gigante de 181 centímetros con todo en su lugar: llenado de arco, fuerza de piernas, reflejos, coraje, instinto, sesera fuerte y molde de héroe llamado a las epopeyas.
Un héroe, conste en actas, que en tiempos de copiosa cantidad y calidad fue el mejor entre los mejores, o que como mínimo resistió y resistirá las analogías más exigentes.
De pie, señores: el Pato Fillol. No habrá ninguno igual, no habrá ninguno.