Marina Magnani contra la violencia obstétrica.

Hace unas semanas acompañábamos a mujeres embarazadas que peleaban por sus derechos en el parto, contra la violencia obstétrica que se ejercía sobre ellas exigiéndoles el pago de hisopados forzosos. El 13 de agosto el Ministerio de Salud nos dio la razón, liberando a las mujeres y personas gestantes de esa carga.

La comisión de gobierno del Concejo Municipal (de la cuál soy presidenta) tratará la adhesión al protocolo actualizado de ILE, para su vigencia en nuestra ciudad.
Ambos temas han encontrado resistencias. Los mismos sectores que siempre buscan disciplinar nuestras cuerpas. Tratarnos como cosas al servicio de sus necesidades. Imponernos a las mujeres qué, cuándo, dónde y cómo debemos habitar los espacios y cumplir roles pre asignados.
Durante estas semanas los agoreros de la mujer dócil y solícita a las necesidades patriarcales vienen sufriendo algunas pequeñas pero significativas derrotas: La acción organizada de las mujeres se impuso a las corporaciones médicas privadas, defendiendo el derecho al parto respetado; y la semana próxima ratificaremos nuestro derecho a no ser madres cuando ello atenta contra nuestra salud biopsicosocial.
Quizás esas victorias expliquen, en parte, esta pieza de violencia simbólica con que nos regala La Capital. Nada se le escapa a la mirada patriarcal que nos juzga: condena nuestro aspecto, condena el uso de nuestro tiempo libre, condena el estudio, condena nuestros consumos, condena nuestra compañía, condena nuestro estar público, condena nuestra EXISTENCIA: mujeres en la vida pública, decidiendo sobre si mismas y representando a otras.
Que después nadie crea en la hipocresía de esos pasquines cuando titulan como TERRIBLE un femicidio. Cada muerte de cada piba, cada violación, cada piba prendida fuego, se fue construyendo desde las usinas del odio y del disciplinamiento social que construyen sobre nosotras.

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