El arte y la ecología se unieron «por el agua» en Monje y Puerto Gaboto

El color y la toma de conciencia pintaron la costa del río Coronda durante este fin de semana largo. Bajo el nombre «Festival por el agua», sucedieron varias actividades organizadas por voluntarios que dejaron 14 murales en La Boca de Monje y tres en Puerto Gaboto.

Además, realizaron la limpieza simbólica del arroyo y charlas populares con anclaje en el medio ambiente. Una exposición de realidad que interpeló a los turistas, curiosos y comprometidos.

Ahora, proyectan una segunda etapa para el día de Municipios y Comunas.

Arribaron a los pueblos unos 25 muralistas originarios de San Juan, Buenos Aires, Córdoba, del cordón industrial y de la región, que se dividieron en dos grupos. Una gran mayoría en la zona costera de Monje, y unos cinco en el histórico Puerto Gaboto. El eje fue el agua y la imaginación tomó protagonismo. En total quedaron plasmadas una veintena de escenas con mensajes contundentes.

Uno de los artistas regionales de renombre es Lisandro Urteaga, que esta vez dejó la brocha para acompañar en la organización para que a que a sus colegas no les faltara nada. Entre idas y vueltas, dialogó con LaCapital: «Lo atrapante es que cada uno libremente expresa lo que le sugiere la temática. A través del dibujo, el color, la forma, la imagen. Es muy lindo porque uno va viendo el proceso y como cada uno con una idea expresa con su toque, su sentir y su pensar».

Asimismo, reconoció la movida artística que se viene gestando: «Somos un grupo, una organización que hemos hecho varios movimientos de muralistas. Lo que se genera es esto a través del arte, compartir y aportar un granito a algunas causas».

El fin de semana convocó a muchísimos turistas que acudieron a disfrutar de la naturaleza y gozaron de la propuesta cultural. Distribuidos en distintos puntos los muralistas no pasaron desapercibidos y una pasarela de curiosos se acercaba a consultar sus propuestas y opinar de lo que veían. La interacción digitó el ritmo de la calidez y las sonrisas decían todo. No faltó el que se sumó a colaborar con pincel en mano.

El arte de la conciencia

«Teníamos muchas ganas de pintar», confió Pablo, que es oriundo del cordón industrial pero eligió el pequeño poblado costero para vivir. En unas cuantas horas toda la pared estaba diagramada y quedaba en evidencia un enorme sol con un árbol en primera plana, seco de residuos a sus pies. De fondo el gran humedal: «Quiero reflejar toda la vida que hay». No hizo falta decir más.

A la vuelta, con tonos brillantes y jugando con las dimensiones que incluían las paredes y el suelo estaba Yamil, que llegó desde Córdoba junto a una joven artista de Gálvez. Les tocó la misión de poner en escena al centro cultural. Ante la magnitud de lo vivido se sinceró: «La movida artística se está instalando en las grandes ciudades y de a poco está llegando a los pueblos. Después tendremos que pensar en cómo restaurar y mantener las obras, pero mientras tanto, el arte está más cerca».

Una cuadra hacia el oeste, estaba custodiada Virginia, que llegó desde Rosario. Con una paleta de matices vivos dibujó en el centro de la escena a una mujer. Al consultarle por su proyecto, con una enorme sonrisa y ojos verdes, detalló: «El peor peligro es la apatía, de no valorar, de no darnos cuenta de lo que significa la naturaleza que nos rodea. Quiero plasmar que no podemos mirar para otro lado o no cuidarla». Ella tenía un público particular, pintaba el frente de una casa de familia.

Griselda y su hermana son las dueñas de la vivienda luego del deceso de sus padres, quienes habían elegido la zona porque el médico le había recomendado «aire puro» por un problema de asma. Mate en mano, la rodearon con un semicírculo. Siguieron de cerca todo el transcurso de pinceladas y se mostraron felices: «Estoy muy agradecida de que hayan elegido nuestra humilde casa para pintar. Cuando nos consultaron, enseguida dijimos que sí, nos llena de orgullo. Y ella —por la muralista— es muy cálida, nos encanta el trabajo que está haciendo”.

   Una cuadra más y estaba Lucho, que viajó desde La Boca, Buenos Aires, y se encontró con una naturaleza completamente distinta a la conocida. Todo era potencial inspiración. Docente de plástica, no tardó en encontrar de ayudante al hijo de la encargada de la salita de primeros auxilios, donde las dos paredes laterales se convirtieron en su lienzo. Aparecieron tres figuras a las que llamó “Los guardianes del agua”. Y cómo estaba en el Samco decidió escribir que anunciado “el agua es medicina”, apostando a la identidad de la tierra y las culturas originarias.

   En cada punto había una historia, una propuesta con objetivos claros y muchos colores. Había una sensación de responsabilidad, de compromiso, que invadió a los visitantes y locales que se sumaron. El poblado sobre el río Coronda es de apenas unas pocas manzanas, por lo que todo el circuito estaba a pocos pasos, y en consecuencia también se reconvirtió con el impacto de las obras.

La basura no vuelve sola

En cuanto al Festival por el agua, la primera idea fue hacer un encuentro más amplio, pero “no llegamos por los tiempos difíciles; entonces, decidimos hacer primero una parte con epicentro en Monje y la otra parte se hará en junio, con más peso en Gaboto”, detalló Urteaga.

    Significa que vendrá una segunda parte con el eje puesto seguramente en la historia de la confluencia de las dos culturas para junio en el día de municipios y comunas.

   Es que además del arte, se sucedieron distintas actividades. Hubo charlas, talleres, debates, y una muy simbólica: la limpieza del arroyo Monje bajo el lema “La basura no vuelve sola”. Un grupo de voluntarios salió a primera hora del domingo en embarcaciones a concientizar sobre el cuidado de las aguas. Recolectaron una gran cantidad de elementos plásticos que incluyó desde residuos de medicamentos de animales o humanos hasta bidones de agroquímicos.

Impacto visual

Coordinando la travesía, Diego Urteaga avanzó sobre el movimiento de personas autoconvocadas y sus objetivos: “Buscamos que se visibilice, que genere ese impacto visual para crear conciencia. La problemática es mucho más compleja, pero al menos queremos comenzar”, dijo. Y disparó: “Tanto el arroyo Monje como el río Carcarañá son un gran desagüe, y vienen arrastrando toda la mugre que traen de arriba”.

    Sobre la actividad específica, ahondó: “Fue un hecho impresionante, emblemático”. Luego, relató un episodio vivido: “Estábamos juntando residuos y llegamos a donde había gente pescando. Había chicos, familias enteras en medio de la basura. Cuando frenamos y les dijimos si podían colaborar, automáticamente les cambió la cabeza y se dieron cuenta”.

    En ese sentido, comentó que “está tan naturalizado que no deja de sorprendernos. Y a la vez es muy contradictorio porque vienen a un lugar al aire libre para disfrutar de la naturaleza”.

    El encuentro comenzó el sábado y culminó ayer. Cada día se presentó distinto, y el correr de las hotas fue fortaleciendo vínculos, con ideas claras y un objetivo común: revalorizar el medio ambiente y evaluar la vinculación con él. La toma de conciencia guió las conversaciones, y la meta se alcanzó. Monje y Puerto Gaboto, con su particular paisaje costero, de humedales e historia, se pintaron de responsabilidad social.

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