Demasiadas opiniones.

Si hay algo bueno de hacer compras online es que podés conocer la opinión de otros compradores. ¡Es fantástico! Porque todos opinan y todas las opiniones valen lo mismo: la del que acaba de comprar un libro de semiótica y escribe “haiga, alverjas y Fucólt (si, con acento en la o)”, hasta la del que analiza la curvatura de un bidet de porcelana utilizando geometría espacial 3D y algoritmos de Elon Musk para decir que el agua sale bien y el chorro es más fuerte de lo que esperaba.

A mí me gustaba más a la “antigua”: averiguar, tocar, sopesar, semblantear al vendedor, hacerle preguntas capciosas, mirarlo a los ojos a ver si me verseaba y en definitiva, jugármela por las mías. Pero ahora es más fuerte que uno.

Si vas a comprar online, tenés que leer la opinión de los otros compradores. 
Que no sería problema cuando las opiniones son unánimes: “es una porquería”; “el vendedor es un estafador”; “debí sospechar que nada bueno podía salir de una empresa llamada Blatter and Company”.

Ahí no hay dudas. 75 opiniones negativas: el producto es una porquería. (Sin embargo, pese a todo, el vendedor lo sigue ofreciendo y hay mucha gente que no hace caso a las opiniones y lo compra. 76 opiniones negativas. 77… 79…112).


Si por el contrario, hay unanimidad respecto del producto, las chances de que sea bueno aumentan. (Siempre y cuando no sean extremadamente positivas, tipo: “es lo mejor que me pasó”; “Me cambió la vida”;“Aquí estamos en una foto de luna de miel con la vendedora”).

Pero el gran inconveniente aparece cuando no todos están de acuerdo.

Caso 1: 20 opiniones. 
17 positivas, 1 regular, 2 muy negativas. ¿Qué les pasó a esos dos que el producto no les funcionó? ¿Lo enchufaron? ¿Lo instalaron? ¿Espik Espanish?

Caso 2: 30 opiniones. 17 a favor, 7 regulares, 6 en contra. ¿Y ahora? Acá, si fuese una vacuna, habría que esperar el veredicto de The Lancet para comprar la licuadora. Pero… ¿qué hace el obsesivo? Revisa cuentas de Twitter, Facebook, Linkedin, Instagram, ICQ, el Veraz… todo. (Aclaro que en este caso la inclinación política del comprador no está en juego. Lo que se busca es descubrir qué clase de consumidor es: ¿Compra cualquier porquería y es feliz? ¿Es un quejoso compulsivo o uno que le gusta comprar lo mejor y no hay contenedor de mate que le venga bien?)


Este es el problema de tener demasiadas opiniones. Es como ir a 35 médicos a pedir una trigésimo quinta opinión para saber si es caspa o si en realidad se está cayendo el revoque del techo de tu dormitorio.

Y los usuarios tienen un ranking. Hay usuarios novatos, usuarios dorados y usuarios socios de compradores compulsivos anónimos. He llegado a detectar incluso discusiones entre opinadores que desacreditan a otro: “a vos te conozco, sos el que te quejaste cuando compraste agua de lluvia embotellada y no llovió”.

Después de tanto esfuerzo, con todo estudiado, llega el momento de hacer la compra antes de que suceda lo peor: Que se acabe el stock, o peor aún, que aumente. 
Y uno compra. Y llega el producto a tu casa.

Si el producto está bien, volvés a revisar quién fue el salame que opinó en contra de la camisa aduciendo que le tiró lavandina y destiñó, del que compró un ventilador de techo y no tiene cómo ponerlo en el jardín y del que se quejó diciendo que el jamón crudo y las papas fritas estaban perfectas, pero el tensiómetro siempre le da alta presión.

Por último, si el producto está mal, te dan ganas de cortarte las venas con la hoja impresa con las 35 opiniones positivas y una negativa, y no haberle hecho caso al tipo que se quejaba de haber comprado agua de lluvia embotellada. Me despido aclarando que por las dudas, he deshabilitado las opiniones de los lectores.

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